viernes, 22 de abril de 2011

¡Copia, no inventes!

Siempre me ha fascinado la facilidad con la que algunos avances venidos de otras latitudes permean en nuestra sociedad sin encontrar apenas resistencia; y cómo otros, en cambio, se demoran, resisten o ni siquiera llegan a ver la luz, a pesar de su probada utilidad y dilatado funcionamiento. Tal es el caso del tren, un medio de transporte limpio y eficiente, que históricamente ha sido ignorado por los políticos de nuestro país y que constituye una solución irrenunciable para garantizar una movilidad auténticamente sostenible. Pero el objeto de este artículo no es analizar la deficiente red de transporte ferroviario en España (tanto de viajeros como de mercancías) ni, acaso, la política errática y equivocada a la hora de dedicar ingentes recursos públicos a la alta velocidad (AVE), ignorando la importancia integradora que supondría contar con un buen sistema de trenes convencionales de media y larga distancia. Ello exigiría un artículo aparte o, mejor, un libro, como lo es el último del catedrático Germà Bel (España, capital París), que, aunque confieso no haber leído, creo que resulta imprescindible para entender los orígenes y desarrollo del Estado radial...
En realidad, el motivo de esta nueva entrada del blog es subrayar una carencia que el sistema tarifario de Renfe posee y que resulta incomprensible que, hasta la fecha, ningún gestor del ente público haya reparado en ella y le haya puesto remedio. Me refiero a las tarjetas de descuento del 25% y 50% (por mencionar las más habituales), existentes en la mayoría de países europeos de nuestro entorno y que contribuyen a fomentar el uso de este medio de transporte. Se trata de un tipo de tarjetas cuyos titulares, abonando un importe único al año, obtienen descuentos del 25% o del 50% en la tarifa de todos los trayectos que efectúan. Así, en el caso de Alemania, una tarjeta BahnCard 25 cuesta 57 EUR para los viajes en 2ª clase, mientras que la BahnCard 50 cuesta 230 euros. Esta tipología de tarjetas existe, con sus variantes, en Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos y Suiza, por mencionar sólo algunos de los países más paradigmáticos. Pero, ¿porqué en España aún no se ha implantado este tipo de abonos, los cuales contribuirían a popularizar el uso del tren entre la población y a mejorar la movilidad ciudadana? Por más que lo pienso, no alcanzo a entender cuál es la razón de nuestro atraso para adoptar este tipo de sencillas medidas, a no ser que sea al propio Estado a quien le interese mantenernos enredados en los peajes, los impuestos indirectos de los carburantes, las caravanas inacabables en vacaciones, las operaciones Salida y Retorno... Si de verdad se desea reducir nuestra dependencia energética del crudo, más valdría fijarnos en lo que llevan haciendo, desde hace años, nuestros vecinos del norte. Como decía aquél, ¡copia, no inventes!